
Reflexión junio
26 mayo 2021
Reflexión agosto
28 julio 2021En estas semanas, estamos siendo animados y edificados a través de las diferentes enseñanzas acerca de la oración. Espero que al igual que yo, podamos identificarnos con ese discípulo que se acerca a Jesús, pidiéndole “Señor, enséñanos a orar…” (Luc11,1)
Este discípulo sintió ese profundo anhelo y en humildad expresó ese pedido del que todos podemos hacernos eco; el de crecer en nuestra manera de orar, profundizando esa intimidad con el Padre, y llenarnos de esa fuente de agua que fluye para vida eterna (Jn4,14).
Y Jesús les enseña a ellos y a cada uno de nosotros como acercarnos a nuestros Padre celestial, reconociendo su santidad, su Majestad y Señorío, “nombre sobre todo nombre, …ante quien se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra”(Fil2,9-10). Reconociendo esa Autoridad, y sometidos a ella, clamamos por el establecimiento de Su reino en medio nuestro, un reino de justicia y de paz, que trasciende las naciones de la tierra, que se expande con el poder del amor de Dios y se gobierna con la autoridad del servicio en amor al prójimo (Mt20,25-28), del cual nosotros por gracia divina somos parte, y sometidos a Su voluntad somos transformados, santificados y aún equipados con dones y herramientas para servirnos los unos a los otros en el proceso de crecimiento y “edificación del cuerpo de Cristo, …hasta que lleguemos a ser un hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.”(Ef4,13).
“Hágase tu voluntad…”, nos recuerda la lucha en oración de Jesús en Getsemaní (Luc22,41), y me pregunto si realmente lo decimos conscientes de su significado, que la voluntad del Padre sea hecha aún por encima de nuestro entendimiento (“Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis pensamientos son más altos que los pensamientos de ustedes”Is55,9). De esa forma, cuánto cuesta, ¿verdad?
Luego nos recuerda que Dios es nuestro Padre proveedor de todas nuestras necesidades, materiales y espirituales (Salmo23), quien, en su inmenso amor, nos envió a “Su hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”(Jn3,16), y así nosotros podamos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia”(Heb4,16) recibiendo el perdón de nuestros pecados, en la medida que nosotros mismos seamos canales dejando fluir ese perdón recibido, perdonando a quienes nos ofenden (Col3,13).
Pero ese Padre de amor, poderoso, proveedor, perdonador también es nuestro protector, “nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en todas las tribulaciones”(Sal46), de modo que aún en nuestras luchas y tentaciones nos sostiene firme de Su mano si elevamos nuestra mirada a Él, ya que “mi socorro viene del Señor, creador del cielo y de la tierra, y no permitirá que tu pie resbale”(Sal 121), y así librarnos del mal, porque es aquel que está en ustedes que el que está en el mundo. (1Jn4,4)
Desde ese aprendizaje obtenido de la oración, quiero animarte a que en este próximo mes nos acompañes en una nueva serie enfocada en el libro de los Salmos, una colección de poemas y cánticos por medio de los cuales el pueblo expresa su fe en Dios con toda emotividad, en ocasiones a través de himnos, con sus expresiones de profunda adoración y alabanza a Dios, otras veces con lamentos, dando rienda suelta a sus luchas y frustraciones por las injusticias del mundo que los rodea, o bien en acciones de gracias, y así crecer juntos en nuestra manera de alabar y adorar a aquel, a quien pertenece “el Reino, el Poder y la Gloria, por todos los siglos, Amén.”
Helmut Bachmann